miércoles, 12 de diciembre de 2018

Sociología en la educación


Unidad curricular: Sociología de la Educación
Fecha: 18/11/2018
Profesores: Ezequiel Gómez Caride y Fernando André

Discurso sobre la importancia de la Sociología en la formación docente.


Buenos días a todos los aquí presentes. Estimados legisladores de la Comisión de Educación de Buenos Aires y miembros del Instituto Nacional de Formación Docente; les agradezco genuinamente la invitación a participar de esta jornada de consultas para la modernización de las carreras de formación docente inicial.
Estoy orgullosa de poder decirles que me he formado para ser docente con un enfoque de aptitudes, y con un modelo de Aprendizaje Inclusivo y Efectivo.
Pero no voy a detenerme en ello porque creo que ya está encaminado ese aspecto. En cambio, me gustaría hacer hincapié en una cuestión diferente, pero imprescindible -creo yo- para lograr una formación por competencias efectiva. Me refiero a la Sociología; el estudio de las sociedades humanas y de los fenómenos que ocurren en ellas.
Estaremos de acuerdo en que, si bien algunas prioridades han cambiado, la sociología no es una prioridad como parte integral de la educación.
Quizás algunos -o muchos- de ustedes no entiendan porqué hablo de esta ciencia cuando lo que se discute es una formación por aptitudes. Se estarán preguntando: “¿de qué sirve la Sociología en el quehacer docente?”.
Aunque no parezca evidente, analizaremos la vocación de la Sociología para demostrar que resulta insensato concebir una formación por aptitudes sin ella. 
Imaginemos la siguiente situación (hipotética pero realística):
Un niño tiene dificultades para sostener la atención por largos períodos de tiempo. Esto afecta su rendimiento académico ya que no concluye las evaluaciones y no termina de comprender las consignas. Cuando se aburre, empieza a mover por el aula, distrayendo así a los demás alumnos. La docente advierte esta situación e informa a los directivos, que citan a los padres para pedirles que hagan un psicodiagnóstico a su hijo. La psicopedagoga le diagnostica DAH, o Déficit de Atención e Hiperactividad… ¿Cómo seguiría esta historia?
Algunos opinarán que lo mejor sería medicar al niño para que pueda adaptarse a las exigencias de la escuela. O de no ser posible, que debería derivarse la cuestión a un tercero especializado por no ser esa responsabilidad parte de la función de la escuela. 
Otros discutirían esa decisión diciendo que hay que ponerse en el lugar del niño que está siendo oprimido por no alcanzar el standard establecido de la mayoría; que hay que luchar por un cambio y brindarle herramientas al alumno para defender sus derechos.
También podría analizarse el diagnóstico, desnaturalizarlo y pensar que el trastorno no existe en sí mismo, o al menos no se debe a una única causa biológica, debido a que sólo es un problema cuando se expresa en la escuela; que, en cambio, fue construido en la sociedad por diversos factores sociales y que basta con cambiar el discurso de poder gubernamental para solucionar el problema.
¿Qué harían ustedes? Si la decisión estuviera en sus manos, ¿cómo decidirían?
Les propongo recurrir a la Sociología. Cada uno piense: ¿para qué sirve la escuela? ¿qué significa educar? Yendo un poco más lejos, ¿cómo entendemos la sociedad? ¿Es un organismo ordenado en funciones? ¿Es una lucha de clases constante? ¿Es una consecuencia histórica de muchas condiciones de posibilidad?
Cuando inspeccionemos nuestra creencia, comprenderemos nuestro accionar, porque allí están nuestros fundamentos. Es por esto que sería necesario que un docente se pregunte, como lo hacía Loris Malaguzzi, “¿cómo concibo al niño?”, y luego reflexione sobre ello para corroborar que está siendo coherente con sus valores.
Si creo que el niño es un sujeto libre, ¿le enseño a decidir o lo obligo a elegir lo que a mí me conviene? Si creo que el alumno tiene potencial, ¿le permito desplegarlo o le marco el camino que tiene que seguir? Si creo que todos tienen capacidades diferentes y únicas, ¿doy lugar a la diversidad o fomento la homogeneización? Si creo que siempre todos pueden aprender, ¿busco lograrlo o me resigno con los que no están motivados a hacerlo? … Esto es hacer sociología. Esta forma de mirar las situaciones cotidianas, discerniendo las cuestiones morales y éticas que se esconden detrás de cada cosa, es hacer sociología.
Es muy fácil plantear utopías, pero es muy difícil llevarlas a la práctica. Esta ciencia nos permite salvar esas distancias o, al menos, identificarlas. Como expresa el ya mencionado Dubet (2012), “la sociología siempre pone en relieve la distancia que media entra las representaciones y las realidades, entre los más elevados principios y los hechos más banales; y dejar al desnudo esa distancia es en sí una acción útil” (p. 11).
Comprenderán que estamos hablando de un proceso meta-cognitivo: implica ser conscientes de nuestra propia consciencia. Esta es una habilidad imprescindible, especialmente en los procesos de aprendizaje. Porque, así como el mundo ha cambiado, la escuela debería hacerlo. En nuestra sociedad moderna, ya no buscamos una escuela que instruya y reproduzca información, porque cualquiera tiene acceso a él con los medios de tecnología.
La formación por aptitudes que queremos lograr significa enseñar un saber, un saber hacer, y un saber ser. El alumno es el centro del aprendizaje y se convierte en protagonista de su propio proceso, por lo cual es fundamental que pueda llevar un registro del mismo. No basta con aprender; es necesario aprender a aprender. Y los docentes, como los primeros alumnos, deben tener la iniciativa de autoevaluarse para conocerse constantemente a sí mismos. La sociología brinda las herramientas necesarias para profundizar ese análisis.
De esta manera, podríamos decir que todas las personas necesitan estudiar Sociología. Pero hay una razón -que jamás debe ser ignorada- por la cual pido este tipo de formación para los docentes, especialmente. Explica Alliaud (2017), que la enseñanza es un oficio “cuyo centro de actuación está en las almas de otros. La transformación de las personas en algo distinto a lo que eran, es su destino. Y así la enseñanza deviene en producción y los que enseñan, en productores o transformadores de otros (…). No es lo mismo accionar o no (con otros y sobre otros) como tampoco hacerlo de cualquier manera” (p. 35).
Un docente toma muchas decisiones en su quehacer diario. “Es fundamental que se pregunte: ¿cuál es la mejor manera de abordar esta situación en este momento?” (UCA, 2017). Porque muchas personas podrán pararse al frente y dictar una clase; pero no cualquiera logrará que un alumno se transforme en algo que antes no era. Para ser consciente de ellos, se necesita una formación inicial que brinde una base de reflexión sociológica. Esto hará la diferencia para que el docente pueda manejar más eficazmente los recursos y así respaldar los objetivos de aprendizaje.
Por ejemplo, reconocer la función socializadora de la escuela permitiría identificar la importancia de desarrollar en los individuos las habilidades y actitudes que constituyan los requisitos esenciales para su futuro desenvolvimiento en la vida (Parsons, 1959).
Si no se creyera que la escuela prepara a los alumnos para la vida, no se le daría importancia a una educación integral que enseñe los valores necesarios para vivir en sociedad, y se limitaría a transmitir contenidos científicos.
Asimismo, reconocer la educación como un hecho construido en la interacción social, permitiría ver la crítica como una oportunidad de mejorar, al desnaturalizar todo aquello que pierde sentido en el contexto actual (Pineau, 2001), (como es el caso de la inmovilización de los cuerpos para privilegiar los procesos intelectuales).
Sin la postura reflexiva que facilita la Sociología, es muy fácil ignorar los habitus o matrices incorporadas inconscientemente (Meo, 2013) así como ser víctimas de las narrativas salvíficas y creencias en recetas que prometan cambios mágicos (Gómez Caride, 2016). Uno dejaría actuar el poder gubernamental que orienta las decisiones y acciones sin un análisis crítico.
Por otro lado, advertir que el capital a gestionar no es simplemente económico, sino que se extiende a lo humano, dentro de lo cual se encuentra lo cultural (Bourdieu y Passeron, 1994), explicaría la importancia de tener en cuenta el contexto de los alumnos para relacionarlo con el contexto del aula, estructurando el aprendizaje para atender a sus necesidades con las rutinas adecuadas y actividades variadas (UCA, 2017).
Sin el análisis sociológico, el docente no podría reconocer las presiones externas del ambiente, o los cambios en relación con las distintas culturas (escolar y juvenil), para tener en cuenta que los estudiantes buscan definir su identidad equilibrando las exigencias de ambos mundos sociales (Meo, 2013).
Además, el docente podría comprender que los alumnos también gestionan, por lo tanto, su función implica generar la motivación a los alumnos para movilizar y aprovechar los diferentes tipos de capitales (recursos económicos, sociales y culturales de los que disponen) que potencien su aprendizaje.
Sin una comprensión sociológica de ello, sería difícil poner en evidencia que, como la única y verdadera motivación es intrínseca, es necesario explicitar los objetivos de aprendizaje y fijar metas claras, de manera que quede claro cómo invertir tiempo y esfuerzo tendría retribuciones.
Otro aspecto a gestionar es la autoridad docente. Reconocer la diferencia con el autoritarismo, explicaría por qué los docentes la construyen mejor si es desde el vínculo personal, al respetar a los alumnos e ir más allá del prejuicio para acompañarlos.
Sin advertir esta cuestión sociológica, un docente no se esforzaría por desarrollar una habilidad emocional para tender “un puente que permita unir las generaciones y las diferentes clases sociales de los docentes con los estudiantes” (Gómez Caride, 2016) y facilitar así el aprendizaje al hacer posible la transmisión cultural. Se correría el riesgo de confundir la instrucción significativa con un disciplinamiento.
Para concluir, la Sociología es el medio por el cual uno construye una representación de sí mismo para poder responder a ella. Permite develar y criticar, entender el desarrollo de la racionalidad, e intervenir en la formación de los actores. Una formación de este tipo es una inversión humana que busca evitar la tragedia de la deshumanización, brindando las herramientas necesarias para insertarse e intervenir en el mundo (Freire 1969). Si bien una educación sin Sociología es posible, ¡cuánto más enriquecedor es incorporarla para interiorizarla en el quehacer diario!
Les agradezco nuevamente la invitación, y les deseo lo mejor. ¡Éxitos!



Bibliografía
Dubet, F. (2012), “De la utilidad de la sociología”. ¿Para qué sirve realmente un sociólogo? Capítulo 1, Buenos Aires: Siglo XXI. 2
Freire, P. (1969) “Capítulo 2”. Pedagogía del Oprimido. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Pineau (2001) "¿Por qué triunfó la escuela?", en Carusso, M., Dussel, I. y Pineau, P. La escuela como máquina de educar. Tres escritos sobre un proyecto de la modernidad. Buenos Aires: Paidós.
Gómez Caride, E. (2016). "¿Buenos profesores? La voz de los estudiantes de escuelas secundarias en contextos urbanos marginales". En: Pensamiento Educativo, 53(2).
Parsons, T. (1959) "La clase escolar como sistema social"
Meo, A. I. (2013). "Habitus escolar de estudiantes de clase media en escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires". En: Revista de Política Educativa; Prometeo 4; 1-2013; 21-50
Bourdieu, P., Passeron, J. C. (1964). “La elección de los elegidos”. Los herederos: los estudiantes y la cultura. Buenos Aires: Siglo XXI.
Alliaud, A. (2017). “Sobre la enseñanza: recuperar la perspectiva del oficio”. Los artesanos de la enseñanza.  Buenos Aires: Paidós.
UCA (2017). Manual del futuro docente. Buenos Aires.  





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